El camino

La filosofía Zen nos recuerda que, El camino de nuestra vida, que en vez de ser un itinerario definido con dirección marcada en sus metas y destinos, llegadas y despedidas, se colapsa en un borrón difuminado donde no sabemos a dónde vamos, porque no sabemos dónde estamos. Se nos ha disparado la existencia a lo largo de todo su recorrido y andamos en mil pedazos por horizontes pasados y futuros, en vez de vivir en unidad y conciencia en el único punto del tiempo y el espacio en que estamos y en el que vivimos. El presente.

Trabajar este tipo de cuencos con esta filosofía, supone abordar un camino de superación personal destronando todo tipo de vanidad y frivolidad, aprendiendo con cada cuenco realizado y entendiendo que el mismo es posible de ser superado.

Lograr entender que no existen metas, sino que cada una de las metas que se proponen forma parte de un solo camino, que van ampliando horizontes y a la vez dan de las personas una humilde postura ante lo que falta por recorrer. Esa percepción de la pequeñez y de la fugacidad de las cosas hacen sin duda mejores personas.

Este camino, exige una dedicación de años y una entrega total. Por supuesto, no se trata de llegar a ningún fin, porque el anhelo de un fin ya es un impedimento; lo importante es el propio camino. Se han de manejar los materiales, se ha de practicar el amasado de la arcilla, el proceso de torneado, el proceso de cocción… Repetir, repetir y repetir los ejercicios hasta que las extremidades pierdan su torpeza y se liberen de sus limitaciones. Cometer errores una y otra vez, aprender a soportarlos, asumirlos y aprender de ellos. Así, con el tiempo, la mente se libera del deseo de éxito, las manos se convierten en un transmisor instantáneo de las emociones, y se olvidad todas las lecciones, técnicas y trucos aprendidos, es entonces cuando se alcanza la verdadera libertad.

Chawans preparados para la cocción

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